El nacimiento del tango

 El tango, de baile ‘negro’  a símbolo de Argentina



Fusión de ritmos africanos, criollos y europeos, el tango se difundió por los arrabales del Río   de la Plata, conquistó al público europeo y fue proclamado seña de identidad de Argentina.


Temas: Cultura/Latinoamerica



El 30 de septiembre de 2009, la Unesco, reunida en asamblea  plenaria en Abu Dabi, declaraba al tango Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. El acontecimiento fue recibido con inmensa alegría en Buenos Aires. El ministro de Cultura de la ciudad definió el baile como «una de las principales manifestaciones de la identidad de los habitantes del Río de la Plata». 


Fue una reacción muy diferente a la que tuvieron las élites porteñas apenas un siglo antes, cuando en 1913 las cinco academias de Francia reunidas en el Louvre rindieron un homenaje a este baile. Entonces, el diario La Nación escribía: «El tango no es un baile nacional, como tampoco la prostitución que lo engendra. Aceptarlo como nuestro, porque así lo rotularon en París, fuera caer en el servilismo más despreciable». Palabras compartidas por el entonces representante del gobierno argentino en París, para quien el tango era «un baile reservado a los lupanares, de donde ha salido para conquistar  Europa». Y añadía orgulloso: «Hay en París por lo menos un salón donde no se baila el tango argentino y ese salón es el de la legación argentina».
 

Un baile mestizo


Los orígenes del tango se sitúan a finales del siglo XIX. Fue el producto natural de una ola migratoria que entre 1869 y 1940 llevó a Argentina a más de ocho millones de personas. Como la procedencia geográfica de estos inmigrantes era de lo más diversa, surgió una mezcla única de culturas y tradiciones, idiomas y músicas. Así, a orillas del Río de la Plata se encontraron las habaneras de la comunidad española que llegó desde Cuba tras el desastre colonial de 1898 conel vals vienés, el tango andaluz y danzas populares de Centroeuropa, como la polca y la mazurca. A estos elementos se añadían los bailes de las comunidades descendientes de los antiguos es clavos africanos de la época colonial, y también las tradiciones criollas del interior, como la milonga campera, que acompañaba las improvisaciones con guitarra y voz de los payadores, recitadores ambulantes que narraban en música y versos los sucesos de la vida cotidiana en la Pampa.
 
El tango nació como algo intrínsecamente nómada y mestizo, procedente de una extraordinaria fusión de elementos provenientes de culturas distintas, traídos en su mayoría por familias pobres que cruza ron el océano en busca de salvación.  Algo inaceptable para la élite porteña, que tenía el sueño de edificar un país laico, ilustrado y poblado principalmente por una clase media. 


Diversión humilde


En su origen, el tango empezó a practicarse en los bailes de carnaval de los habitantes de origen africano que animaban las calles de los antiguos barrios de las ciudades rioplatenses. Con el paso de los años, cuando estas reuniones públicas fueron prohibidas por ser consideradas «obscenas», los bailes se trasladaron a los conventillos, viviendas populares organizadas en torno a  un patio central al que se asomaban varias habitaciones, en cada una de las cuales vivía una familia entera. Otros lugares asociados al nacimiento del tango fueron las «academias de bailes», donde los hombres aprendían a bailar con bailarinas expertas, y los prostíbulos, donde miles de trabajadores de los barrios más pobres de la ciudad podían consumir bebidas y sexo sin buscarse demasiados problemas. El tango fue un fenómeno de arrabal; el célebre intelectual argentino Leopoldo Lugones, uno de los padres de la poesía moderna en lengua castellana, lo definía con des precio como un «reptil de lupanar».

En estos ambientes se empezaron a desarrollar los primeros pasos de una danza de pareja enlazada que combinaba los cortes y las quebradas de los bailes africanos, en particular el candombe, con los bailes importados de Europa. Musicalmente, los primeros tangos eran en su gran mayoría instrumentales, marcados por el acompañamiento de guitarra, violín y flauta. A principios del siglo XX, para la parte melódica, la flauta fue sustituida por el bandoneón, un instrumento de viento, diatónico y a fuelle, que había sido inventado en Alemania hacia 1835 y que a partir de entonces daría al tango su sonoridad más característica. Los distintos tangos solían recibir títulos irónicos y cargados a menudo de un doble sentido erótico. 

El primer giro inesperado en la historia del tango ocurrió a principios del siglo XX, cuando algunos artistas rioplatenses, en su mayoría autodidactas, marcharon a Europa en busca de fortuna. Fue así como el tango se escuchó por primera vez en Francia, para luego difundirse por el Viejo Continente. No se trataba de la música que hoy en día todo conocemos, sino de una versión más acomodada a los gustos y a los prejuicios del público europeo. En algunos casos sus intérpretes se veían obligados incluso a actuar vestidos con traje de gaucho, a veces casi desnudos, encadenados al piano bajo un cartel que los identificaba como «indios argentinos de las Pampas». En París se grabaron los primeros discos de tango y se crearon también las primeras escuelas que di fundirían por Europa un baile que enseguida causó sensación.
 
Al final de la primera guerra mundial, tras haber fascinado a las élites europeas y algo menos a las estadounidenses, el tango regresó a su patria, lanzado a la conquista de los ambientes más cultos y refina dos de Buenos Aires. Sin dudarlo, la clase dominante argentina comenzó a manifestar una doble actitud hacia el tango. Si por un lado no dejaba de menospreciarlo públicamente por sus orígenes humildes, por el otro se mostraba dispuesta a danzarlo en los salones más exclusivos de la ciudad. A partir de los años veinte, las orquestas en esmoquin de Julio De Caro, Roberto Firpo, Osvaldo Fresedo y Francisco Canaro serían contratadas por poderosos empresarios para entretener a la aristocracia porteña en los salones de baile de Buenos Aires.

Carlos Gardel

 

En paralelo se desarrolló el tango canción. A los instrumentistas se sumaron los primeros cantantes para quienes los poetas rioplatenses componían letras en algunos casos llenas de humor; en otros, de melancolía. Uno de los poetas más prolíficos de ese período, Enrique Santos Discépolo, definió el tango como un «pensamiento triste que se baila». Gracias a la radio aparecieron grandes intérpretes como Azucena Maizani, Mercedes Simone, Tita Merello, Libertad Lamarque, Ada Falcón, Agustín Ma galdi, Ignacio Corsini y, sobre todo, Carlos Gardel. Con él nació el cantante de tango moderno. Sus numerosas giras y conciertos, sus películas internacionales y su trágica muerte en 1935 lo consagraron como un mito.

Como un ave fénix, el tango volvería a nacer de las cenizas de Gardel para adaptarse a una nueva era.


El tango de la clase obrera


La clase obrera descubrió por primera vez, y de forma masiva, que el tango le pertenecía. El antiguo tango, que muchos de sus contemporáneos habían definido como una «cosa  de negros», vivió entonces su edad de oro, con más de cien orquestas típicas tocando a la vez en Buenos Aires.


En los años posteriores, el tango perdió la primacía musical a causa de la irrupción de los ritmos anglosajones, pero ello no impidió que continuara el proceso de nacionalización, su adopción como símbolo de la identidad argentina. Es significativo que bajo la dictadura militar de 1976 1983 se proclamara el Día Nacional del Tango (1977), y que bajo la democracia se aprobara la ley del Tango como «Patrimonio Cultural Argentino» (1996). El baile arrabalero, denostado por las élites porteñas a principios del siglo pasado, se ha con vertido hoy en día en una intocable seña de la identidad argentina y, al mismo tiempo, también en una industria musical y turística que genera cada año ingresos millonarios.







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Oleh

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