Diversión humilde
En su origen, el tango empezó a practicarse en los bailes de carnaval de los habitantes de origen africano que animaban las calles de los antiguos barrios de las ciudades rioplatenses. Con el paso de los años, cuando estas reuniones públicas fueron prohibidas por ser consideradas «obscenas», los bailes se trasladaron a los conventillos, viviendas populares organizadas en torno a un patio central al que se asomaban varias habitaciones, en cada una de las cuales vivía una familia entera. Otros lugares asociados al nacimiento del tango fueron las «academias de bailes», donde los hombres aprendían a bailar con bailarinas expertas, y los prostíbulos, donde miles de trabajadores de los barrios más pobres de la ciudad podían consumir bebidas y sexo sin buscarse demasiados problemas. El tango fue un fenómeno de arrabal; el célebre intelectual argentino Leopoldo Lugones, uno de los padres de la poesía moderna en lengua castellana, lo definía con des precio como un «reptil de lupanar».
En estos ambientes se empezaron a desarrollar los primeros pasos de una danza de pareja enlazada que combinaba los cortes y las quebradas de los bailes africanos, en particular el candombe, con los bailes importados de Europa. Musicalmente, los primeros tangos eran en su gran mayoría instrumentales, marcados por el acompañamiento de guitarra, violín y flauta. A principios del siglo XX, para la parte melódica, la flauta fue sustituida por el bandoneón, un instrumento de viento, diatónico y a fuelle, que había sido inventado en Alemania hacia 1835 y que a partir de entonces daría al tango su sonoridad más característica. Los distintos tangos solían recibir títulos irónicos y cargados a menudo de un doble sentido erótico.
El primer giro inesperado en la historia del tango ocurrió a principios del siglo XX, cuando algunos artistas rioplatenses, en su mayoría autodidactas, marcharon a Europa en busca de fortuna. Fue así como el tango se escuchó por primera vez en Francia, para luego difundirse por el Viejo Continente. No se trataba de la música que hoy en día todo conocemos, sino de una versión más acomodada a los gustos y a los prejuicios del público europeo. En algunos casos sus intérpretes se veían obligados incluso a actuar vestidos con traje de gaucho, a veces casi desnudos, encadenados al piano bajo un cartel que los identificaba como «indios argentinos de las Pampas». En París se grabaron los primeros discos de tango y se crearon también las primeras escuelas que di fundirían por Europa un baile que enseguida causó sensación.
Al final de la primera guerra mundial, tras haber fascinado a las élites europeas y algo menos a las estadounidenses, el tango regresó a su patria, lanzado a la conquista de los ambientes más cultos y refina dos de Buenos Aires. Sin dudarlo, la clase dominante argentina comenzó a manifestar una doble actitud hacia el tango. Si por un lado no dejaba de menospreciarlo públicamente por sus orígenes humildes, por el otro se mostraba dispuesta a danzarlo en los salones más exclusivos de la ciudad. A partir de los años veinte, las orquestas en esmoquin de Julio De Caro, Roberto Firpo, Osvaldo Fresedo y Francisco Canaro serían contratadas por poderosos empresarios para entretener a la aristocracia porteña en los salones de baile de Buenos Aires.
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Carlos Gardel |
En paralelo se desarrolló el tango canción. A los instrumentistas
se sumaron los primeros cantantes para quienes los poetas rioplatenses componían
letras en algunos casos llenas de humor; en otros, de melancolía. Uno de los
poetas más prolíficos de ese período, Enrique Santos Discépolo, definió el
tango como un «pensamiento triste que se baila». Gracias a la radio aparecieron
grandes intérpretes como Azucena Maizani, Mercedes Simone, Tita Merello,
Libertad Lamarque, Ada Falcón, Agustín Ma galdi, Ignacio Corsini y, sobre todo,
Carlos Gardel. Con él nació el cantante de tango moderno. Sus numerosas giras y
conciertos, sus películas internacionales y su trágica muerte en 1935 lo
consagraron como un mito.
Como un ave fénix, el tango volvería a nacer de las cenizas
de Gardel para adaptarse a una nueva era.
El tango de la clase
obrera
La clase obrera descubrió por primera vez, y de forma
masiva, que el tango le pertenecía. El antiguo tango, que muchos de sus
contemporáneos habían definido como una «cosa
de negros», vivió entonces su edad de oro, con más de cien orquestas
típicas tocando a la vez en Buenos Aires.
En los años posteriores, el tango perdió la primacía musical
a causa de la irrupción de los ritmos anglosajones, pero ello no impidió que
continuara el proceso de nacionalización, su adopción como símbolo de la
identidad argentina. Es significativo que bajo la dictadura militar de 1976
1983 se proclamara el Día Nacional del Tango (1977), y que bajo la democracia
se aprobara la ley del Tango como «Patrimonio Cultural Argentino» (1996). El
baile arrabalero, denostado por las élites porteñas a principios del siglo
pasado, se ha con vertido hoy en día en una intocable seña de la identidad
argentina y, al mismo tiempo, también en una industria musical y turística que
genera cada año ingresos millonarios.