Filipo II.
EL REY DE MACEDONIA
Durante los más de veinte años que ocupó el trono de Macedonia, Filipo II convirtió un modesto reino al norte de Grecia en una gran potencia respetada por todos.
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Cultura/Historia/Educación
En el año 336 a.C. Filipo II había convertido a Macedonia en la potencia hegemónica de Grecia. En el cénit de su poder, se disponía a emprender la conquista del Imperio persa cuando un miembro de la guardia real lo asesinó durante la boda de su hija. Esta es la historia del hombre del cual Alejandro Magno heredó sus sueños.
Una nueva potencia
Para arrojar un poco de luz sobre estos acontecimientos hay que retroceder hasta el año 359 a.C., cuando Filipo tomó el poder en Macedonia. En ese momento, se encontró con un reino dividido, presionado por las tribus vecinas de Iliria y Tracia,y casi al borde de la disolución. Pero en las dos décadas siguientes el rey realizó el milagro: unificó Macedonia, aseguró sus fronteras en los Balcanes y expandió sus dominios hacia el sur, hasta llegar a los confines del territorio de la belicosa Esparta,en el sureste de la península del Peloponeso.
En el año 338a.C., la hegemonía macedonia sobre las ciudades-estado griegas, capitaneadas por Atenas, era absoluta. Como nuevo campeón del panhelenismo –es decir, de la unión de todos los griegos helenos–, Filipo fundó ese mismo año la Liga de Corinto, con la que planeaba hacer frente en una campaña conjunta al vecino Imperio persa. El monarca Griego había edificado su poder sobre dos pilares fundamentales: la guerra y, sobre todo, la diplomacia. Concertando matrimonios con princesas de reinos rivales lograba territorios, riquezas, alianzas e hijos.Pero aunque la poligamia era algo plenamente aceptado en Macedonia, esta práctica también podía ser causa de violentas disputas entre distintas facciones, agrupadas en torno a los posibles herederos. Y eso es precisamente lo que le acabó ocurriendo a Filipo.
La única esposa que había proporcionado más de un hijo a Filipo, entre ellos su presumible heredero Alejandro, era Olimpia, una princesa de Epiro con la que llevaba 20 años casado. Pero entonces sucedió lo inesperado: Filipo –a la sazón un cuarentón tuerto, lleno de cicatrices de guerra– decidió casarse con Cleopatra Eurídice, una bella y jovencísima noble macedonia. Olimpia vio amenazada su posición y la de su hijo, lo que provocó una ruptura en la familia real.
La tormenta estalló en el banquete de bodas: el tío de la novia, Átalo, brindó porque al fin naciera un heredero legítimo para el trono de Macedonia; sus palabras encerraban una alusión a Olimpia, que no era macedonia sino epirota. Alejandro inició entonces una pelea al grito de «¿Acaso soy yo un bastardo?», y se arrojaron copas y cántaros el uno al otro. Filipo quiso intervenir en defensa de Átalo, para lo que desenvainó su espada contra su propio hijo; pero estaba tan borracho que tropezó y cayó al suelo. «Dispuesto, como estás, para cruzar el Helesponto de Europa a Asia y no puedes ni tan siquiera ir de una silla a otra», comentó Alejandro. Tras la boda, él y su madre partieron hacia el vecino Epiro donde reinaba Alejandro de Molosia, hermano de Olimpia. Si bien su hijo acabó volviendo a la corte tras pasar un tiempo en Iliria, Olimpia no regresó al lado de Filipo mientras el monarca permaneció con vida.
El asesinato
Para contrarrestar la posible influencia de la reina exiliada en Epiro, en verano del año 336 a.C., Filipo decidió organizar otro enlace real entre la hija de ambos, Cleopatra, y el propio Alejandro de Molosia, tío de la novia. Filipo convirtió la ceremonia nupcial en un evento propagandístico de la mayor magnitud, acompañado de una gran parafernalia: primero aparecieron en escena las estatuas de los doce dioses del Olimpo, luego entró el rey Filipo, escoltado por su hijo Alejandro y por el novio, y finalmente llegaron los cortesanos más próximos al rey y la guardia personal de Filipo. La música cesó entonces y la guardia dejó paso al monarca, que avanzó hacia el proscenio, sin protección, con la intención de dirigir al público unas palabras antes de sentarse en el trono para presidir las ceremonias.
Aquel fue el momento escogido por Pausanias, un miembro de la guardia del rey, para abalanzarse contra un desprevenido Filipo. Éste no llegó a pronunciar ni siquiera una palabra, ya que Pausanias lo agarró de la túnica y le hundió entre las costillas una corta daga celta. El asesino salió corriendo mientras el resto de la guardia personal se dirigía apresuradamente hasta donde yacía Filipo; pero ya no había esperanza: el rey estaba muerto y el teatro de Egas se había convertido en el escenario de un crimen. Entonces la guardia salió a la carrera en busca y captura de Pausanias, que habría escapado en uno de los caballos que le esperaban a la entrada de Egas, pero este cayó al suelo al enredarse su sandalia en una viña. Antes de que se volviera a levantar, los soldados lo rodearon y lo atravesaron con sus lanzas furiosos, en vez arrestarlo y obtener su testimonio para investigar el asesinato del monarca.
Muerto Pausanias, nunca sabremos las razones que tuvo para cometer este crimen. Pero el filósofo Aristóteles, que vivió en la corte macedonia como tutor de Alejandro, comenta en su Política lo siguiente: «Pausanias asesinó a Filipo porque permitió que fuera objeto de abusos por parte de los hombres de Átalo», por entonces ya un importante noble macedonio.
La muerte de Filipo II
Según diodoro de Sicilia, el suceso tuvo lugar al día siguiente de la boda de Cleopatra, hija del rey, con Alejandro, soberano de Epiro. Todo sucedió ante los ojos de la multitud que había empezado a ocupar el graderío del teatro de Egas durante la noche, deseosa de contemplar los espectáculos del día siguiente. A primera hora de la mañana, una procesión con las estatuas de los doce dioses olímpicos avanzó hacia el teatro; las seguía una estatua de Filipo, como si fuese otro dios. Entonces apareció Filipo, ataviado con un manto blanco. Sus escoltas estaban alejados, ya que quería demostrar que gracias al afecto de los griegos no necesitaba protección alguna, y había dicho a sus otros acompañantes que se adelantaran. Entonces, viendo que el rey estaba solo, Pausanias corrió hacia él y le atravesó las costillas con una daga celta.