10 Frases históricas que pasaron a la posteridad

 Una frace dice mas que mil palabras y hacen trabajar nuetras mentes.



Las dijeron o escribieron –o al menos les fueron atribuidas– estadistas ilustres, oradores famosos, príncipes del Renacimiento, reyes y militares de tronío, pensadores y filósofos brillantes, dramaturgos célebres... Todas se han usado millones de veces a lo largo de los siglos, aunque no siempre en el sentido exacto que tuvieron al inicio ni con la misma intención.


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"Un gran poder conlleva una gran responsabilidad." ¿Todavía sigues con esas frases de niño de primaria.? Olvídate de de todas esas ñoñadas y aprende los dichos más célebres de las figuras más importantes de la historia de la humanidad.


“O TEMPORA, O MORES” CICERÓN, NOVIEMBRE, 63 A.C.


Esta locución latina ha sido traducida de muchas formas –las versiones más comunes son “¡Oh tiempos, oh costumbres!” y “¡Qué tiempos, qué costumbres!”–, pero sobre todo se emplea así, en el idioma original, como un latiguillo por lo general jocoso que denota crítica a los usos y modas del presente y añoranza de las buenas costumbres del pasado. Su origen está en la Primera Catilinaria de Marco Tulio Cicerón: en su discurso contra Catilina, que había conspirado para asesinarlo, el orador, político y jurista romano deplora la perfidia y corrupción de su época usando la susodicha expresión, que quedó en el acervo popular y ha aparecido hasta en los álbumes de Astérix.


“ALEA JACTA EST” JULIO CÉSAR, 12 DE ENERO, 49 A.C.


Unos años después de Cicerón y Catilina pero sin salirnos de la República de Roma, el mítico César –que en la práctica acabaría con ella tras utilizar esta frase– hizo fortuna histórica con estas tres palabras, que también aparecen escritas como “Alea iacta est” y significan, literalmente, “El dado fue lanzado” o “Se echó el dado”, pero que suelen trasladarse al español como “La suerte está echada”. En realidad, quien las pone en boca del militar romano es el historiador Suetonio, que asegura que las dijo en tan señalada fecha justo antes de cruzar el río Rubicón con sus tropas y marchar sobre Roma. La expresión parece venir del comediógrafo griego Menandro y equivale en el habla cotidiana a “Que sea lo que Dios quiera”: se expresa cuando se asume una decisión con todos sus riesgos después de haberlos meditado.


“O CÉSAR O NADA” CÉSAR BORGIA, 1495



Y de un César a otro casi igual de famoso: el condotiero italoaragonés que sirvió de modelo a Maquiavelo para El Príncipe, hijo del papa Alejandro VI, llevaba inscrita esta divisa –en latín: “Aut Caesar, aut nihil”– en la espada; frase que se supone exclamaron al unísono los hombres de Julio César cuando, precisamente, decidieron desoír al Senado y seguir a su caudillo en el paso del Rubicón. Borgia la hizo popular y hoy se le da otro sentido: el de que alguien no está dispuesto a asumir un cargo o título menor de los que ya posee, o que simplemente no admitirá ser segundo en algo: o es el primero o no será nada.



“¡MI REINO POR UN CABALLO!” WILLIAM SHAKESPEARE, 1592


La frase completa es, en realidad, “¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!”. La pronuncia, entre sollozos, el malvado protagonista de la tragedia shakespeariana Ricardo III (compuesta en torno a esa fecha) cuando, derrotado en la Batalla de Bosworth Field, implora ayuda en un desolado paisaje sin obtenerla. Tanto el personaje como la batalla son históricos, pero la sentencia se debe por completo al genio literario del bardo inglés y se utiliza, en tono quejumbroso, para significar que uno cambiaría todo lo más valioso que tiene por aquello que realmente necesita en ese preciso instante.


“PARÍS BIEN VALE UNA MISA” ENRIQUE IV DE FRANCIA, 25 DE JULIO, 1593


Quizá tan apócrifa como la anterior, esta cita se atribuye al rey de Navarra, protestante que aspiraba al trono francés y que habría indicado con la frase, cínicamente, que esa aspiración merecía sacrificar sus convicciones y convertirse al catolicismo. Desprovista de religiosidad, se ha convertido en una defensa a ultranza del pragmatismo: hay que establecer prioridades y renunciar a algo para lograr lo que se desea, aun a costa de la sinceridad.


“PIENSO, LUEGO EXISTO” RENÉ DESCARTES, 1637


En su esencial Discurso del método, publicado en ese año, encontramos formulado en francés –“Je pense, donc je suis”– este giro latino –“Cogito ergo sum”– al que todos hemos recurrido alguna vez, ya fuera en serio o en broma. La idea tiene antecedentes en el humanista español Gómez Pereira y en san Agustín, pero ha quedado como principio filosófico por excelencia del cartesianismo racionalista: mi pensamiento es indudable y absolutamente cierto, y a partir de dicha certeza puedo establecer otra, la de mi propia existencia. Descartes llegó a esta conclusión en apariencia tan sencilla a través de su célebre duda metódica, que, grosso modo, consiste en dudar de todas las verdades adquiridas por cualquier vía hasta llegar a una que se muestre tan evidente por sí misma que haga imposible la duda. Como frase hecha, se emplea para dejar en evidencia que el razonamiento crítico es lo que nos convierte en seres humanos, que sin el pensamiento y la razón no somos nada.


“EL ESTADO SOY YO” LUIS XIV, 13 DE ABRIL, 1655


Este tópico político, que con el tiempo ha sido replanteado de muchas maneras y en circunstancias históricas muy distintas –valga como ejemplo el “O yo o el caos” del general De Gaulle en los albores de la V República francesa, que luego sería imitado por líderes de toda laya con mejor o peor intención–, se le atribuye al Rey Sol en un discurso pronunciado ante el Parlamento de París cuando contaba sólo 16 años de edad. Con él se supone que pretendió recordarles la primacía de la autoridad real a los parlamentarios, que la habían desafiado hasta cierto punto en marzo de ese año, identificando a su persona con el Estado en el contexto de la monarquía absoluta. No obstante, la frase no consta en las actas de las reuniones, por lo que muchos la consideran inventada por los enemigos del absolutismo a partir de otras que sí están documentadas, como “El bien del Estado es la gloria del rey”. Sea real o no, son infinitas las veces que los periodistas y asimismo los historiadores la han sacado a colación, por lo general para criticar o desprestigiar la visión patrimonialista de la política y el Estado de algunos personajes, bien sean dictadores del pasado o aspirantes del presente inmediato. A Luis XV, bisnieto y sucesor de Luis XIV, se le atribuye otra que también tiene su miga: “Después de mí, el diluvio”.


“CUARENTA SIGLOS NOS CONTEMPLAN” NAPOLEÓN, 21 DE JULIO, 1798


En este caso, la expresión a menudo repetida, tanto en tono humorístico para resaltar el mucho tiempo vivido como en actitud solemne para mostrar admiración ante un monumento o vestigio del remoto pasado, es una ligera deformación de la adjudicada a Bonaparte por sus exégetas. Lo que este presuntamente expresó en vísperas de la Batalla de las Pirámides, en el marco de su campaña de Egipto, fue –lógicamente, puesto que se dirigía a su tropa para enardecerla y llevarla al combate contra los mamelucos en inferioridad numérica y en medio de un calor y una sed por demás insoportables– “¡Soldados, desde lo alto de esas pirámides, cuarenta siglos los contemplan!”. La soflama le dio buen resultado, porque los franceses acabaron venciendo a los locales en aquel épico choque.


“LA RELIGIÓN ES EL OPIO DEL PUEBLO” KARL MARX, 1844


El fundador del marxismo plasmó esta afirmación en un texto menor, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, publicado en prensa ese año; pero la comparación de la fe religiosa con el efecto adormecedor de la droga no era nueva ni original de Marx: la idea ya se les había ocurrido antes a Kant, Herder, Feuerbach y Heinrich Heine, entre otros, sólo que ninguno la había sintetizado con tal maestría en unas pocas palabras. Así, Heine había escrito que la religión “derrama en el amargo cáliz de la sufriente especie humana algunas dulces, soporíferas gotas de opio espiritual”; demasiado largo. A partir de la frase marxista, han sido muchas las derivaciones: la televisión es el opio del pueblo, el futbol es el opio del pueblo...


“VENCERÉIS, PERO NO CONVENCERÉIS” MIGUEL DE UNAMUNO, 12 DE OCTUBRE, 1936


Unamuno, además de personaje inclasificable y autor de una vasta obra literaria y filosófica, fue un gran creador de lemas, como aquel “Que inventen ellos” tan criticado por la comunidad científica. Pero tal vez la más celebrada de sus frases lapidarias, repetida hasta la saciedad y convertida en emblema de la razón frente a la barbarie, sea esta que –en teoría, porque no hay ningún registro directo del momento y los investigadores no se ponen de acuerdo en si la mencionó tal cual o fue luego recreada por el articulista Luis Portillo– le espetó al fascista Millán- Astray, fundador de la Legión, en un acto en la Universidad de Salamanca, en plena Guerra Civil, que acabó como el rosario de la aurora
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Oleh

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